Muebles pequeñitos, que una no está para atreverse con el ropero, mucho menos con el mío que está empotrao.
Pues me pongo a retirar y entre las pelusas gigantescas encuentro 2 euros y 50 centavos, el palito de plástico con el que se accede al final de los tarros de crema hidratante y la alianza de oro que invoca mi mayoría de edad.
La gata también ha encontrado un bichito de esos aplastados y ahí anda cazando.
La alianza ya la daba por perdida, igual que esos 18 añitos que representa.
Pero es lindo rescatarla, encaramada como estaba a un filo de la trasera del mueble tocador.
La pobre, ya tenía hasta barba.
En vista de que lleno el monedero, lo mismo mañana sigo con otra expedición.
Es lo que tienen estos días grises que surgen de repente en medio del bochorno. Que una se transforma y le da por coger el mocho o escribir una trilogía.
Y ese énfasis hay que aprovecharlo porque dura un suspiro.
Lo mismo que el interés de la gata por el bicho aplastado.
Tres zarpazos.