jueves, 15 de agosto de 2013

Señora que va a la playa



 He salido a comprar unas ciruelas claudias y a la vuelta me encuentro con la gran avalancha. Ya está aquí, ya llegó el tórrido ecuador de agosto. 
Tres autobuses de gentes cargadas de sombrillas,  sillas, neveras atiborradas, niños con flotadores sin pato, jóvenes y jóvenas cargando con lanchas-pateras, desfilando todos en fila, rumbo a la playa.
Ni en una manifestación hay tanta congregación de seres humanos.
El día desde luego está para ello, la bandera verde lacia, ni se mueve, el mar es una balsa, el sol luce en todo su esplendor y yo aprieto el paso para ocultarme a la sombra de mi saloncito con intención de no volver a asomar hasta que Lorenzo se ocase. Qué le voy a hacer, soy blanquita, vampírica, señora de sombras o asombrada.
Mi hora playera es el atardecer. Ahí sí que me gusta la playa y además hay mucho más espacio. 
Lo que más me agrada es dar un largo paseo por la orillita, dejando que las olas te acaricien las pantorrillas y las arenillas te limen los callos. Lo de bañarme es otra historia. Las olas no te dejan nadar y además debajo hay cantidad de bichos.
Una vez que iba yo nadando, me enderecé para ver si hacía pie -porque aquí no hay indicadores como en las piscinas que indiquen que está usted a 2 metros del fondo-  y pisé algo que se movía. No veas con qué celeridad quité el pie, di un tragón  y nadé hasta la orilla emulando a Mark Spitz. Estas experiencias no ayudan nada de nada.
Pero bueno, probablemente sería un lenguado y siendo justos a él tampoco le haría mucha gracia que viniera un pie a tocarle las branquias.
Así que no por ello he abandonado los remojos playeros. Ayer mismo bajé a darme un bañito con mi amiga Renata. Serían las 8 de la tarde, una hora en la que te ahorras hasta la protección solar. Me gusta meterme en el agua hasta una profundidad moderada, tumbarme y dejar que las olas me mezan. Afortunadamente floto. Mis hijos dicen que es por las grasas corpóreas - qué majos - y  como me quedo así, relajadita y bamboleante, espero que los bichos del piso de abajo me confundan con una boya y me dejen tranquila.
Mi amiga Renata en la orilla hace "top-les" mientras  hace avistamiento de tabletas de chocolate. Es la hora propicia, porque los mozalbetes deportistas salen a trotar y los bañistas de vientre pendulón se retiran a llenarlo de frituras y cerveza. ¿Veis muchachas, como la franja horaria no es tan mala? 
No os he presentado a Renata. Es un cielo. Me encanta cuando te cuenta sus vivencias en el terreno afectivo. Renata tiene dos amores. Uno oficial y otro extraoficial. Como el PP con la caja A y la caja B. Ella dice que el dos es el número ideal y el más llevadero. Uno es su pareja del día a día y el otro su "caprichito", para esos otros días en que la monotonía te invade.  Siempre, desde que la conozco ha sido una chica triangular.
No quiere decir que una vez triangulada no se salga del vértice. Ella dice eso de que lo que han de comer los gusanos que lo disfruten los cristianos. E incluso los de otras creencias. Ella es así, simpática, resultona y por lo que dice le sale muy bien lo de hacer el coito.  Pues que disfrute la chiquilla... 
El sol se esconde. Volvemos llenas de sal y yodo y de risas.

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