lunes, 12 de agosto de 2013

Señora que va a trabajar



Un lunes de agosto a las 7 de la mañana no se ve un alma por la calle. Se echa de menos ver el paso de alguna bala o bola de paja rodando y que aparezca Clint Eastwood aupado a un caballo de paso cansino, con su poncho de cenefas. ¡Qué calor ese poncho con este levante en calma que no me ha dejado pegar ojo! Sólo me faltaba la imagen de un poncho de lana de cabra grazalemeña para rematar la noche...
Lo que si te encuentras a estas horas son tiernos adolescentes y no tan adolescentes con las hormonas a punto de ebullición. La muchacha que estaba hoy en la esquina de mi calle, buscaba con ansiedad algo que se le había perdido entre las piernas de su acompañante. No sé si las llaves de casa o el escapulario de su abuela, pero se ve que era importante, a juzgar por el interés que ponía en su labor. El chaval resignado, con aspecto de reventar cualquier alcoholímetro, se dejaba hacer, aunque tenía cara de anhelar más que nada un buen colchón y que la chiquilla encontrara lo que buscaba y acabara el exhaustivo cacheo. 
Caminé con más aplomo, para hacer ruido, porque eso del carraspeo para hacerse notar está muy visto. El muchacho entonces, se percató de mi presencia y se separó un poco de la ninfa. Ella sonrió a mi paso, muy altiva ella. Altiva porque iba subida a un par de esos taconazos de los que un descuido por pequeño que sea, significa rotura del ligamento cruzado anterior y nueve meses sin jugar. Se estiró del short deshilachado, supongo que para deshilacharlo un poco más y cogió carrerilla para volver a la tarea. 
Crucé la calle dejando atrás a la parejita y lo siguiente que me encuentro es a otros dos mozalbetes, tumbados sobre el capó de un coche en actitud más avanzada. 
Una de dos, me dije, o es el día de los enamorados o va a ser verdad lo que ponía ayer en la portada de un periódico local de que está aumentando la prostitución por culpa de los recortes.
O mi barrio se está convirtiendo en Sodoma, que es otra opción.
Y ahí estoy yo, en medio de tanto frenesí, con mi bolsa de basura en una mano y mi bonobús en la otra, en una escena digna de cualquier filme almodovariano. 
Como siempre, la realidad supera a la ficción.

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