Hoy es el día del padre. Un lindo día en tantas y tantas casas.
En esto de los padres no he tenido mucha suerte. Mi padre falleció cuando yo sólo tenía cuatro añitos. Disfruté poco de su compañía. Ya me hubiera gustado...
El padre de mis hijos no falleció, pero como si lo hubiera hecho.
Estando yo embarazada del pequeño, mi señor esposo se encaprichó de una moza y tuvo a bien dejarme al cargo del nido y sus habitantes. Cambio de familia. Los hay así, que se aburren de estar en un sitio y ni cortos ni perezosos cogen la maleta y se van a otro lado.
De hecho se fue al otro lado de la avenida. Aunque la cercanía a veces no importa. Daba igual que se hubiera ido a la estepa rusa. Nunca más se supo.
Al principio el día del padre en mi casa pasaba tan desapercibido como podría pasar el día del dátil tunecino. Cualquiera que lea esto puede entender el porqué.
"¿Y por qué no celebrar los dos días?", me decían algunos amigos. "Haces de padre y madre. Ya hay mucho monoparental en tu misma o parecida situación y no ven este día como un mal recuerdo."
Celebremos pues. Pero llegados a este punto hay que repartir galones.
Tengo que reconocer que desde el momento que tuve que salir del nido en busca de alimento para mis polluelos, quien se quedó al cargo de los pequeños fue mi hija mayor.
Era bien chiquita cuando empezó a ocuparse de sus hermanos durante mis ausencias. Aprendió a cocinar y a ponerles el termómetro, a llevarles al cole y a leerles cuentos en la cama.
No creo que su padre, el biológico, lo hubiera hecho mejor. Ni de coña
Ella ha sido mi apoyo más cercano. Es justo que este sea su día.
Así que ahí va mi homenaje a una buena hija que recogió el testigo que un día arrojó su padre y lejos de hundirse, arrimó el hombro para que esta familia saliera adelante.
Por todos estos años, gracias.
Sin tu ayuda hubiera sido muy, muy difícil.