Día 3 y viernes
Para todo hay una primera vez, dicen.
El caso es que llevo algunos años pedaleando alegremente, camino de la labor y hasta ahora no había sufrido ningún altercado. Y hoy tocaba.
Muchas veces las caídas son como la mía, absurdas, ridículas. La mayoría.
Eso sí, suelen producirse en lugar donde la gente te conoce, para que la mofa perdure por los siglos de los siglos. Os narro.
Una servidora acababa de comprar el pan en un bareto donde desayunamos cada mañana, y al arrancar el primer pedaleo, no me digáis por qué, se me torció el manillar, el pie no estuvo nada ágil y se sucedieron una serie de catastróficas desdichas en unos segundos.
Vamos, que no tengo ni idea de qué pude o no pude hacer pero el carajazo en dos tiempos me lo llevé. Señora oronda a tierra.
La gente de la terraza acudió de inmediato a socorrerme y la camarera que me sirve el Colacao cada día me ofreció primeros auxilios.
Fue más lo aparatoso del aterrizaje que la lesión. Los yogures griegos volando por un lado, las llaves de casa por otro y las barras de pan ejerciendo de colchoneta.
Total, una rodilla magullada, unos pellejos a la altura del tobillo y la satisfacción de ver a seres humanos saltando de sus sillas para ayudar a una ciclista torpona.
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