lunes, 6 de febrero de 2017
Señora que cocina los findes sin límite horario
Escena catorcécima.
Cocina decrépita del piso del medievo que la señora tiene alquilado.
Muebles con puertas ligeramente descolgadas, ausencia de pomos en las puertas, baldosines ametrallados...
La señora ignora el ambiente bélico y se dispone a cocinar.
La señora suele poner un poco de interés por la cocina los fines de semana, que es cuando tiene algo de tiempo.
Se sirve un vinito. Importante este punto.
Prepara el arroz con gambones, que no puede faltar en la dieta semanal, porque el benjamín de la casa está abonado y podría entrar en depresión arrozaica.
Mientras machaca las cabezas de los gambones a ritmo de bachata, piensa qué más puede preparar. Está en modo imaginativo y hay que aprovechar el momento de creatividad culinaria, que en la señora suele ser efímero.
Se asoma al congelador, ese hábitat gélido en que proliferan puerros, sepias troceadas, carcasas de pollo y un Calipo del año 82.
Tal vez dé para un caldo descontracturado.
La señora saca una marmita, la llena hasta la mitad con la jarra del agua de plancha y empieza a lanzar todo tipo de escombros.
Ora cuarto y mitad de gallina, ora un pie de puerco, ora unas osamentas de jamón...
Zanahorias y coles también son bienvenidas.
Al poco, la marmita es una escombrera.
Tapadera, y a ebullición.
Ya tenemos la cena.
¿Y ya de puestos, por qué no un postrecillo?
En el nivel terciario del frigorífico, dormita un rollo de masa de hojaldre.
La señora, ni corta ni perezosa, lo hornea y prepara una crema pastelera, de la de Potax de toda la vida, que tampoco hay que conseguir la estrella Michelín en un sólo domingo.
Además, a estas alturas se percata de que la cocina ha encogido y los cacharros llenos de pegotes se extienden por todas las superficies llanas e incluso algún macizo rocoso.
El arroz ya reposa sobre la tabla, al caldo de escombros le queda media hora de silbidos y la crema pastelera ha llenado el lago de hojaldre.
La señora sonríe satisfecha, mientras se despoja del delantal de la Venus de Boticelli que trajo de su viaje romano.
Pega otro lingotazo al Ribera y toca a rancho.
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