jueves, 17 de octubre de 2013

Señora que no le gustan las turbulencias


Voy cada día con mis compañeros a desayunar a una cafetería cerca de mi curro. Hasta aquí todo normal, cotidiano. 
Mis colegas piden sus cafés con molletes bien colmados de mantequilla o jamón. Yo soy de las que nada más sonar el despertador y poner un pie en tierra tiene que comer porque me caigo de la hambruna. Así que con mis compis me limito a tomar un buen Cola Cao. 
Cuando empezamos a ir a esta cafetería, una franquicia de postín, la camarera me puso una tacita con una cucharadita mínima de un polvillo desconocido. 
- "Mira, es que yo quiero Cola Cao."
- "Esto es Cola Cao, pero del turbo"- contestó ella muy segura.
-"¿Y no tenéis Cola Cao normal, sin turbulencias?"
Negativo. Y me explica que a la gente le gusta ese porque se disuelve mejor.
A mi me van más los retos, el trabajarme la disolución, que haya un poco de resistencia por la otra parte, pero como mujer disciplinada me lo tomo, aunque sin demasiado entusiasmo.
Pasan los días, las semanas y los meses y seguimos en el mismo sitio y las turbulencias empiezan a marearme. Vuelvo a incordiar....
- "Mira, es que yo quiero Cola Cao de verdad, el de los grumitos."
- "Estamos esperando a que se acabe el bote y entonces compraremos uno" - Y me explica que en invierno sí lo tendrán porque con la leche caliente se disuelve mejor y no hace falta hacer uso del turbo.
Con esa esperanza en mi interior y aunque sospecho que el bote de Cola Cao no es de 250 gramos sino la marmita de Obelix, vuelven a pasar los días y las semanas.
Mientras mis compañeros hacen mofa y befa de la situación, la niña del Cola Cao se enfrenta a la hostelería gaditana, o la imposible convivencia en un mismo estante de dos botes de Cola Cao diferentes a la vez.
Hoy jueves, gran día para señalar en el almanaque de los sufridos consumidores se produce esta conversación. Dice la camarera:
- "Ya hemos comprado un bote de Cola Cao. Por fin. Pero no lo vamos a abrir hasta que se acabe el turbo, que aún queda. A partir de entonces ya podrá disfrutarlo."
- "Muy bien. Pues ya me avisas. Hoy me pones un vaso de leche."
Abrí el bolso, saqué un bote de Cola Cao que compré ayer tarde y lo puse sobre la mesa. Creo que la sonrisa se le heló un poco. Me serví tres o cuatro cucharaditas y 
las turbulencias empezaron a suavizarse. 
Miedo da cuando empiecen a aplicar la misma medida al restaurante. 
"Lo sentimos, hasta que no se acaben las patatas del jueves pasado, no hacemos arroz." 
Y se quedarán tan panchos.... Así se cuida a la clientela

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