domingo, 12 de febrero de 2017

Señora que avista un corazón



Escena quincécima. Clack (de la claqueta, se entiende. No se ha roto nada)
Carniceria de barrio medio... pongamos alto, por darnos importancia.
La señora penetra en dicha carniceria y va a comprar carne. ¿Qué otra cosa iba a comprar en una carnicería? ¿Expendedores de pañuelos...?
Saluda al señor de la carne, que como siempre blande en la mano derecha un cuchillo de esos que de tanto afilarlos parecen una aguja de tricotar, pero que cortan más que la katana de Uma Thurman.
El señor de la carne habla en elfo. 
La señora nunca ha sido capaz de entenderle dos frases seguidas, porque el gaditano cerrado es así, tema de estudio en criptología. 
Si Robert Langdom, el del Código da Vinci comprara carne aquí tendría que usar todos sus recursos para una plática.
La señora saluda, visiona la vitrina expositora y elige un buen trozo de morcillo.
Le pide al señor de la carne que lo pique, porque en casa de la señora, la boloñesa es menú perenne.
El señor de la carne suelta una perorata en elfo mientras sostiene una cebolla en la mano y el morcillo en la otra y se le queda mirando.
La señora activa la mente y saca en conclusión que el señor de la carne pregunta si le echa cebolla al mejunje. 
¡No, por Dios! Qué costumbres tan raras tienen estos lugareños. 
A ella la cebolla le encanta, pero bien pochadita en su aceite.
Mientras el señor de la carne tritura el morcillo, la señora observa en la vitrina expositora un corazón enorme de algún mamífero otrora latente y cantarín.
Piensa, será un adorno por el San Valentín que se aproxima, o habra gente como la Khaleesi que se zampe eso para merendar. 
Como adorno no es que sea muy agradable a la vista, así que piensa que Game of Thrones tal vez esté dejando su impronta de forma preocupante.
Tal vez si ella se zampara un corazonaco de ese calibre recuperara algo del romanticismo que tuvo en un pasado muy muy pero que muy lejano. 
Recuerda aquellos Sanvalentines en que hacía novillos en el colegio de las teresianas y se iba con el mozo aspirante a su tierna mano, a celebrar sus amoríos a un pueblo aledaño, porque si alguno de sus cuatro hermanos la pillaba en semejante aventura, no volvía a pisar la discoteca Amayuelas en el siguiente lustro. 
También rememora los ramos de rosas que aparecían en la puerta de la casa por San Juan por arte de birli birloque. 
Bueno, todo tiene su momento, piensa mientras observa la víscera asquerosa.
Ahora, por lo que ve en otras parejas cercanas, tampoco es que sea tan idílico. 
Tiene amigas que el marido le suelta un "Cómprate algo, porque yo no tengo tiempo".
Eso es "tela de romántico".
Hay otros que son la delicía de las vendedoras del Corte Inglés. 
Llegan con la visa oro en mano y le empluman el perfume más caro, capaz de apestar a toda Castilla-La Mancha, o la lencería de Beyoncé a precio de cópula con Beyoncé. 
Pero por muy caros que sean no son presentes como aquellos adolescentes que tú no acababas de desearlos y ya estaba tu Romeo, adivinando y buscando la forma humana o sobrehumana de conseguirlos. Que para más inri entonces de visa oro nanay del Paraguay, por hablar en lenguaje de la época.
La señora sonríe, sin querer.
El señor de la carne ha consumado su obra y pregunta, suponemos, si quiere algo más.
   - No, es todo ¿Cuánto es?
   - Ocjelmnta jmsirl eyrtros - dice el señor de la carne.
La señora le mira imaginándolo con orejas picudas, coge del monedero 20 euros y se los da. Siempre paga con billete grande porque nunca se entera del importe cárnico.
Se despide, echa una última mirada al corazón bovino y cierra el baúl de los recuerdos. Con llave.
Cualquier tiempo pasado fue... anterior.

lunes, 6 de febrero de 2017

Señora que cocina los findes sin límite horario


Escena catorcécima. 
Cocina decrépita del piso del medievo que la señora tiene alquilado. 
Muebles con puertas ligeramente descolgadas, ausencia de pomos en las puertas, baldosines ametrallados...
La señora ignora el ambiente bélico y se dispone a cocinar.
La señora suele poner un poco de interés por la cocina los fines de semana, que es cuando tiene algo de tiempo. 
Se sirve un vinito. Importante este punto.
Prepara el arroz con gambones, que no puede faltar en la dieta semanal, porque el benjamín de la casa está abonado y podría entrar en depresión arrozaica. 
Mientras machaca las cabezas de los gambones a ritmo de bachata, piensa qué más puede preparar. Está en modo imaginativo y hay que aprovechar el momento de creatividad culinaria, que en la señora suele ser efímero.
Se asoma al congelador, ese hábitat gélido en que proliferan puerros, sepias troceadas, carcasas de pollo y  un Calipo del año 82.
Tal vez dé para un caldo descontracturado.
La señora saca una marmita, la llena hasta la mitad con la jarra del agua de plancha y empieza a lanzar todo tipo de escombros. 
Ora cuarto y mitad de gallina, ora un pie de puerco, ora unas osamentas de jamón...
Zanahorias y coles también son bienvenidas. 
Al poco, la marmita es una escombrera.
Tapadera, y a ebullición.
Ya tenemos la cena.
¿Y ya de puestos, por qué no un postrecillo? 
En el nivel terciario del frigorífico, dormita un rollo de masa de hojaldre.
La señora, ni corta ni perezosa, lo hornea y prepara una crema pastelera, de la de Potax de toda la vida, que tampoco hay que conseguir la estrella Michelín en un sólo domingo. 
Además, a estas alturas se percata de que la cocina ha encogido y los cacharros llenos de pegotes se extienden por todas las superficies llanas e incluso algún macizo rocoso.
El arroz ya reposa sobre la tabla, al caldo de escombros le queda media hora de silbidos y la crema pastelera ha llenado el lago de hojaldre. 
La señora sonríe satisfecha, mientras se despoja del delantal de la Venus de Boticelli que trajo de su viaje romano. 
Pega otro lingotazo al Ribera y toca a rancho.


miércoles, 1 de febrero de 2017

Señora que cumple años en extraña compañía


Escena trécima. O trece, que no sé ni cómo se dice. Claqueta.
La señora habla con su hermana la de Burgos por teléfono. 
Es 31 de enero, y como cada 31 de enero la señora cumple un año más.
Su hermana le desea muchos parabienes.
  - ¿Y qué tal va el día? - pregunta la hermana desde Burgos capital.
  - Pues nada, he ido a recoger la analítica. Puse el día de hoy la recogida para tener un regalo más, y la doctora me ha regalado unos triglicéridos rebeldes. 
  - ¡Anda qué bien! ¿Y son muchos?
  - Son una tropa. 190, si mal no recuerdo.
  - Uy, ¿y tienes que darle de comer a todos? ¿O la manutención entra por la seguridad social?
  - Hasta ahora los tenía bien nutridos a base de chocolate y dulzaina, pero la idea es diezmarlos. 
  - Ay, pobres... Oye, te dejo, pásalo bien y hazte una foto con la tarta y las velas. Y los triglicéridos, pa que los conozca antes del exterminio.
La señora cuelga el zapatófono. 
No había pensado en la foto conmemorativa que cuelga en el wasa familiar cada año. 
En vez de tarta este año debería buscar algo menos calórico, como un mollete o una empanadilla de Móstoles. 
Busca en el cajón de velas de números y encuentra un 3, un 8 y un 4. No hay ni cincos ni seises... maldición. 38,34, 43, 48, 83, 84... no hay combinación ganadora, como en el armario de Marichalar.
La foto tendrá que esperar. 
La señora entra en su feisbu. Ve la mensajería.
  - Mirad pequeños y efímeros triglicéridos. La gente que hay dentro de mi aipaz me dice cosas bonitas. Me quieren. No como vosotros, malévolos y grasosos bichejos que suspiráis por mis arterias. No lo permitiré.
La señora se marcha a dormir con toda la tropa.
  - Espero que por lo menos no ronquéis.