Escena séptima
Salón de casa proletaria con muebles del rastro Reto y algún sobrero de la vecina de al lado.
La señora entra en escena, mira el almanaque y cree que ya es momento de ornar su hogar con motivos navideños.Mira pensativa a diestro y luego a siniestro y ni corta ni perezosa coge la escalera de mano y abre la puerta del altillo, que huele a humedad cosa fina.
La señora avista una bolsa grande de la que brota un reguero de purpurina. Esa es, fijo.
La señora extrae de la bolsa grande un hermoso cono dorado rematado en estrella de cinco puntas y forrado con cinta de lamé. Algo así como los conos que pone el ayuntamiento en las plazoletas pero en versión mini.
Ya solo tiene que buscar ubicación.
La señora vuelve al salón. En la mesita de poner pies está el cojín para poner los ídem que ocupa cuarto y mitad de mesita. A su izquierda se amontonan revistas, facturas, libros para algún remoto día estudiar inglés, catálogos de productos navideños, más facturas.... todo este arsenal ocupa casi el otro cuarto de mesita.
Y aún queda un pequeño espacio para el recipiente de guardar los mandos que le confeccionó su cuñada Chus.
Demasiados tiestos. La señora mira la mesa principal donde una poinsetia, también llamada Flor de Pascua reina sobre el mantel de muñecos de nieve y acebos varios, aderezado de manchas que son muescas de las navidades pasadas. Arrima el cono dorado a la poinsetia y comprueba con agrado que no queda malota la composición. Habrá menos espacio para gambas y mortadelas, pero los exornos son los exornos.
La señora da por concluída la ornamentación navideña y hace mutis por la puerta que da a la cocina.
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