lunes, 19 de octubre de 2015

Señora que se le deshacen los zapatos


¿Es Carrie Bracho con sus Manolo Blanick? Seguramente todos habéis pensado que sí. Me confunden mucho por la calle. Un agobio, oye... pero no. 
Soy yo mimma, con mis Pikolinos vintage. 
De aquesta manera quedaron estos magníficos ejemplares en cuestión de metros. ¿Lluvia ácida? ¿Carrera desorbitada de esta servidora? ¿Más kilómetros que la maleta del fugitivo? Nada de eso. 
Es simple. La edad, que no perdona, la muy cabrona.
Los avisté casualmente el otro día mientras recogía los escarpines de estío. Ya los tenía más que olvidados, como suele pasar con la mitad de lo que almacenamos en altillos y bajillos. 
De estética atemporal, tapaditos por si lloviznea, tacón medio-alto, un básico mayormente. 
Desconozco los trienios que acumulan, todo sea dicho, pero me temo que ya estaban en el máximo permitido. Probablemente de la era de Viriato.
Esta mañana me levanté y al escuchar los chuzos caer, vi llegada la gran ocasión. 
Salí muy ufana, llena de orgullo y satisfacción por lo bien que elijo el calzado de calle.
No había llegado a la esquina de mi edificio, cuando sentí en la planta del pie un fresquito de origen húmedo y/o acuoso.
Dos metros más adelante me convertí en ave palmípeda. Cada paso era un chof-chof y la sensación de ir descalza se fue acrecentando. El piso de goma iba desapareciendo en cada paso como si lo que pisara en vez de charcos fuera magma volcánico.
A duras penas llegué al coche, me senté y vi de cerca en lo que se habían convertido mis adorables Pikolinos. Espeluznante, que diría Piqueras.
Moraleja. De vez en cuando darse una vuelta por el archivo a ver el espesor de las telarañas y la fecha de caducidad del fondo de armario.


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