Día 15 y martes
De pequeña, como a la señora de la foto, me planchaban el pelo.
Era una de las muchas torturas a las que sometí a mi pobre melena, aunque quizás el peor recuerdo sobre este tema sea el líquido desrizante que me echaron con motivo de mi primera comunión. El amoniaco me hizo llorar, patalear e incluso vomitar y total, sufrimiento absurdo donde los haya, porque lo que lucí fue un precioso hábito de dulce monjita con su toca y todo, donde lo único que asomaba era el flequillo.
Luego vino la famosa toga, y con ella las jaquecas y la cafiaspirina.
Y después la tenacilla, precursora de las planchas.
La cuestión era doblegar los rizos. Era eso o la tijera, a la que siempre he tenido fobia.
Tuve etapas, ya de señora, en las que dejé que mi melena saliera al sol libremente en su estado natural, dejando ya de paso que se regenerara un poco.
Pero siempre surgía la crítica.
Pelo lacio igual a señora bien peinada.
Pelo rizado igual a señora descuidada.
Y eso iba a misa.
Es cierto que la edad hace que te replantees montones de cosas.
Y que empieces a dejar las pamplinas a un lado y lo que merece la pena a otro.
Y dejas que la comodidad venza al sacrificio.
Es por ello que un día salí de una piscina y dije "avanti melena". Desde entonces vuelvo a ser señora descuidada, me lanzo a nadar sin moños y adoro la lluvia.
Indomable. Brave.
No puedo estar más de acuerdo.
ResponderEliminarBendita edad que lo pone todo en su sitio menos lo que tiene que ver con la gravedad!